miércoles, 17 de diciembre de 2008

1 de diciembre. Isabela

Al día siguiente tras un magnifico desayuno decidimos salir a explorar la isla. En principio íbamos a estar allí hasta el día 3 de diciembre, miércoles. Isabela era una de las mayores islas y cuenta con numerosas posibilidades turísticas, desde excursiones a los volcanes, rutas de un día o tours en crucero para bordear toda la isla ( más de 200 Km de perímetro). Isabela no debe contar con más de 2.000 residentes, quiero decir humanos, sin contar lobos marinos e iguanas. Las calles están sin asfaltar y existen numerosos alojamientos y restaurantes. Las viviendas suelen ser de planta baja con ladrillo o “tocho” de cemento y con tejados de Uralita o de tela aislante con hojas de cocotero. Existen también 3-4 agencias turísticas que organizan excursiones y numerosos guías sueltos que suelen ser patrones de embarcaciones o pescadores locales.

En la isla, como comprobamos más adelante, trabajan para vivir, lo que implica mucha desidia de la buena y por lo tanto la existencia de hamacas por todas partes. Todo funciona con mucha tranquilidad….el paraiso perfecto. Dependen para su aprovisionamiento de un buque que llega de Guayaquil ( a unos 3 días en barco) que descarga todo tipo de productos para la vida en la isla. También existen servicios de avionetas hasta el aeródromo de Puerto Ayora (unos 150 $ por persona).
En el puerto entablamos conversaciones con el dueño de una embarcación con el que enseguida negociamos nuestra primera excursión “a las tintoreras”, incluyendo snorkel en la laguna de Concha Perla. Allí pudimos ver a las tintoreras o tiburones de aleta blanca, que suelen descansar en el fondo de lagunas o zonas recogidas de mar. Se podían contar por decenas. También vimos nuestros primeros pingüinos y tortugas de mar. Después nuestras primeras iguanas de mar y una lobería, con no pocas crías.

Cuando nos pusimos los neoprenos para bucear, el fondo marino era espectacular, lleno de vida. Pudimos ver coral blanco, decenas de peces tropicales de distintos tamaños y sobre todo, ese era el objetivo, grandes tortugas marinas varadas en el fondo, unas 8 o 9 juntitas todas ellas en plan meditación.

Aquel día fue el mejor de buceo de toda las galápagos, pero aun no lo sabíamos. Nuestro guía tenía 38 años y unas facultades para el buceo formidables, nos hizo una demostración que no dejo helados. Sin embargo, Máximo, todavía convaleciente, empezó a sentir frío y tuvo que salir a calentarse a una zona de rocas en la orilla. Mi costillita y el guía se perdieron en la laguna persiguiendo peces.

Por la tarde, decidimos alquilar unas bicicletas en la tienda de Junior, un peazo negrito que había estudiado biología pero que se dedicaba al surf en cuanto podía, y dirigirnos al "muro de las lágrimas", un muro que construyeron los presos que estaban en la isla. Al director de la prisión a principios del siglo pasado se le ocurrió que al grito de "el trabajo os hará libres" que los presos construyeran un muro con grandes bloques de lava que recogían de la playa a casi un kilómetro de distancia. Estaban totalmente en libertad porque si se escapaban la muerte por hambre y sed era segura en medio de una dura vegetación y sol ecuatorial.
A pesar de que nos habían advertido de los pinchazos, justo nada más llegar allá la bici de mi costillita pinchó así que todo el camino de vuelta lo tuve que realizar andando y en un spinning forzado tremendamente agotador en aquellas zonas de arena. Casi sin fuerzas y ya al anochecer volvimos a la tienda de Junior. Máximo quince minutos después le gritó todo lo que pudo, maljurando por sus bicicletas, mientras el bueno de Junior reía y reía. Aun así me dijo que no era el más enfadado que había tenido, se acordaba de un canadiense que tiró literalmente la bici a una zanja.
Con aquellos antecedentes, el sueño fué profundo aquella noche.

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