viernes, 26 de diciembre de 2008

Nosotros buceamos en "la corona del diablo". Floreana 5 de diciembre

Hoy era nuestro último día en las Galápagos así que a las 8:00 a.m. ya estábamos embarcando en una fibra camino de Floreana.
Esta vez íbamos 16 personas en la fibra del cucaracha, la mayoría de ellos jóvenes además de una pareja americana de unos sesenta años y de un par de gigantones que eran productores de TV y que vivían en Miami. Como pesaban más de 100 kilos de largo, tuvieron que ponerlos uno a cada lado y al final de la barca, junto a nosotros. Además por si pesaban poco entraron con una caja de cervezas de medio litro cada una.

El día amaneció totalmente soleado y la mar estaba muy calmada así que en poco menos de dos horas llegamos a Floreana donde nada más desembarcar ya nos estaban esperando con un bus abierto. Duranbte el viaje hicimos migas con los productores de TV y estuvimos hablando de Obama y de Chavez. Ellos estaban aquí porque era su único día libre porque estaban dando cobertura desde Miami a una productora japonesa que elaboraba un documental sobre las Galápagos.

La primera impresión de Floreana fue la de una isla muy verde con una montaña que sin lugar a dudas era un volcán, y muy pocas casas en el puerto, único lugar habitado por otra parte.

El autobús, aunque realmente era un viejo camión con remolque acondicionado, nos llevó a la parte alta de la isla, a un centro de cría de tortugas una vez más, donde las pudimos ver comiendo los vegetales que les habían puesto, supongo que un poco antes de que llegáramos para pillarlas en plena actividad, porque excepto en el amor son sosas de cojones!. Después nos llevaron a visitar las cuevas y formaciones rocosas donde en otra época se cobijaban los piratas, y que a principios del Siglo XX fueron también utilizadas por los Wittmer. Los susodichos fueron una familia alemana que llegaron en 1932 a la isla y allí dieron a luz poco después a su primer hijo, el primer nacido en la isla. Poco después se les unieron otros personajes extraños como una baronesa con sus tres amantes (menuda pitón debía ser...). En la isla pudimos ver la cueva donde se refugiaron el primer año los Wittmer hasta que construyeron una casa cerca de la orilla, también vimos una cabeza esculpida que hicieron porque tiempo libre tuvieron que tener...

En estas islas había abundancia en otra época de animales domésticos como vacas, cerdos y cabras, pues los barcos los desembarcaban para en el futuro poder aprovisionarse de carne fresca. Poco a poco estos animales fueron totalmente aniquilados o controlados para intentar recuperar la flora y fauna local.

Después de hacernos decenas de fotos de todas las maneras y formas posibles, bajamos hacia el puerto y nos dirigimos hacia una pequeña bahía para comer al abrigo del sol en una cueva y hacer un snorkel para ver... casi nada! Sólo una manta, una tortuga y poco más. De todas las maneras lo divertido de este día fue el grupo de gente que nos juntamos para realizar la excursión, donde estuvimos todo el día bromeando. Había una pareja de chilenos, muy pijillos, una quiteña, un mallorquín, unos mejicanos residentes en USA, un americano y su pareja taiwanesa, los dos gigantones uno de Puerto Rico y el otro de Perú, y el capitán, un marinero y el guía, el ambiente fue siempre divertido.

El cucaracha, que obviamente no vino, era además un magnífico cocinero y nos había preparado un estupendo arroz marinero que devoramos rápidamente.

Tras la comida fuimos a una lobería cercana donde pudimos ver a un gran macho junto a tres hembras y varias crías. El espectáculo del macho guardando el harén era fantástico. El guía nos había advertido que ese macho era bastante excitable (como Máximo pensé), y que el día anterior les había perseguido. A pesar de su aparente lentitud, en la arena también hay que tener cuidado con ellos porque no son tan lentos, una caída y se echan encima, lo peor no deben ser los mordiscos, sino que te confundan con una hembra y te intente montar con lo que deben pesar..., sin embargo por las rocas de lava van despacio para evitar destrozarse la piel. Cuando se metíó en el agua junto a una hembra pudimos bajar a la playita para ver a las crías y a una madre.

Después, y dejando atrás un paisaje idílico, emprendimos el viaje de vuelta hacia la mítica corona del diablo, una antiguo cráter de volcán sumergido donde es posible ver a muchísima fauna marina. Cuando llegamos allí, en principio no querían que nos arrojáramos al agua, pero como nuestras ganas iban en aumento nos preparamos para el snorkel aunque ya empezaba a atardecer y el color del agua era muy oscura.

Máximo fue el segundo en arrojarse y al minuto se alejó tremendamente de la fibra por la fuerte corriente de agua. Al poco nos fuimos tirando unas ocho personas y escuchamos la voz del capitán que nos advertía sobre las fuertes corrientes, pero si ya estábamos en el agua, carajo- pensé. Nuestro guía también se tiró al agua y con él nos dejamos arrastar hacia el otro extremo de la corona del diablo pero por fuera, en un momento el agua nos llevó como palitos de madera que flotan en la corriente. Mientras tanto el fondo parecía formidable, con muchísimos bancos de peces que nadaban contracorriente para alimentarse y otras grandes sombras que tan solo adivinamos sin poder conocer de que se trataba. Cuando llegamos a una de las bases de la corona, sufrimos de nuevo otra corriente que era la que atravesaba el interior de la corona, para evitar ser arrastrado por ella nadamos con todas nuestras fuerzas hasta una pequeña calita que divisamos. En principio parecía imposible, pero pensaba que si no llegaba la corriente me arrastraría y más tarde o temprano la fibra me rescataría, lo cual me clamó un poco. Para mí ese snorkel lo tomé como “llegar o morir”, por lo que al final conseguimos llegar medio extenuados hasta la calita donde nos pudimos refugiar y contemplar durante unos breves minutos la corona y la mar subiendo y bajando. Adrenalina a tope y el corazón a mil por hora!!. Allí sólo llegamos el guía, Máximo y su costilla nadadora, que nada mejor que yo, y una valiente quiteña que iba sola, con sus dos ovarios. Después nos tiramos al agua y la corriente del interior de la corona nos expulsó hacia la mar abierta donde nos recogió la fibra. La valiente quiteña se entretuvo viendo un lobo marino cazar bajo el agua y al poco subió como si le hubiera provocado un orgasmo el mismo Neptuno. En la fibra, y con el sol bajo, nos aterimos de frío pero poco a poco nos fuimos secando como pudimos. La cara de felicidad era total en los que nos sumergimos, la adrenalina y el vencer el miedo tiene esas cosas.

Cuando llegamos a Puerto Ayora y tras despedirnos de nuestros camaradas de viaje, pudimos ver que Luca, el italiano, había empapelado el embarcadero anunciando que esa noche era su último día en la isla y que preparaban una cena italiana especial. Así que ya teníamos plan para cenar.

Antes de cenar nos dedicamos a realizar diversas compras en la isla, y en especial un tapiz de lana de alpaca del que nos encaprichamos y que a día de hoy nos sigue maravillando cada vez que lo vemos ( de Máximo Laura para Máximo Diechi pensé, eso, y la Visa y el regateo incluido con la vendedora y el dueño, un suizo muy soso, pues Máximo es cabezón cuando se pone).

En la cena en “El Chocolate” nos despedimos de nuestra camarera mulata y de Luca, el italiano más encantador que he conocido, siempre con una sonrisa en la boca y con la esperanza de vivir su mejor aventura en una viaje sin meta fija que le tenía que llevar hasta la Patagonia. Su pasta sencillamente, inmejorable, y las langostas de cierre las mejores que comimos allá.

Aquella noche recogimos todos nuestros bártulos y nos preparamos para descansar pues al día siguiente volábamos hacia Madrid.
Adiós iguanas adiós, adiós piqueros adiós, adiós desidia, adiós...Zzzz, zzz, zz, z, volveré amiga Iguana, Zzzz, zzz, zz, z

1 comentario:

Antonio dijo...

Ya veo que tus Navidades han sido tremendas.

Un cordial saludo y feliz año nuevo.

Antonio.