lunes, 5 de enero de 2009

Final de viaje; 6-7 de diciembre. 25 horas de viaje

Hoy volveremos a poner a prueba el sistema de transportes mundial y el espacio-tiempo terráqueo.

A las siete de la mañana del sábado nos atrapa el primer taxi en el embarcadero de Puerto Ayora, quince minutos después somos los últimos en subirnos a un viejo destartalado autobús donde colocan nuestras maletas en un techo, atándolas eso sí, y cubriéndolas con una lona. Cuarenta y cinco kilómetros después llegamos al extremo norte de la isla donde embarcaremos en una barcaza para atravesar el estrecho canal que separa la Isla de Santa Cruz y la isla de Baltra, donde nos volverá a recoger otro autobús que nos dejaré en el pequeño aeropuerto de Baltra.

Mientras atravesábamos el canal vimos a los mismos lobos marinos que vimos a la llegada a la isla encima de una boya descansando plácidamente, totalmente ajenos al ir y venir de viajeros.

Tras apurar unas últimas compras, un libro sobre las galápagos y una camiseta, nuestro avión con destino Quito sale puntual a las 10:30, iniciando un viaje de lo más idiota posible, Baltra-Quito con parada en Guayaquil. Y digo idiota porque por una equivocación mía el vuelo de vuelta a España lo cogí desde Quito, vuelo que volvía a hacer escala en Guayaquil para luego ir a Madrid.

Nuestra primera parada en Quayaquil fue a las 13:30 del sábado y seis horas y treinta minutos después volvíamos a estar en Guayaquil, con eso lo digo todo. Ya a bordo del avión de vuelta a Madrid pude ver que de nuevo sobrevolábamos Quito pero esta vez sin aterrizar…

El viaje iba todo bien hasta que la compañía Iberia, que operaba nuestro vuelo de vuelta, se cruzó en nuestro destino. En Quito sufrimos sin recibir ninguna explicación dos horas de retraso y el avión no era el fantástico avión de la ida en la compañía LAN. Ni nos dieron anteojos ni tapones para los oídos y tampoco tenían nuestros asientos sistemas de video individuales donde uno podía ver series y películas a discreción además de juegos.

Tras salir de Guayaquil y tras casi once horas de vuelo detrás y una “dormidina”, llegamos a Madrid el domingo a las 14.30. Temperatura exterior 11ºC con lluvia. Dos horas después estábamos en nuestra casa gracias a los taxis, barcazas, aviones y autobuses.

El viaje nos duró unas 25 horas y la diferencia horaria fue de 7 horas desde las Galápagos a Madrid. A pesar de ello el viaje no se nos hizo pesado, quizá lo más doloroso fue volver a iniciar la dolorosa rutina de cada domingo, comprar el periódico en el odioso Herón City.
Volveré a las Galápagos, me espera un crucero pendiente...

viernes, 26 de diciembre de 2008

Nosotros buceamos en "la corona del diablo". Floreana 5 de diciembre

Hoy era nuestro último día en las Galápagos así que a las 8:00 a.m. ya estábamos embarcando en una fibra camino de Floreana.
Esta vez íbamos 16 personas en la fibra del cucaracha, la mayoría de ellos jóvenes además de una pareja americana de unos sesenta años y de un par de gigantones que eran productores de TV y que vivían en Miami. Como pesaban más de 100 kilos de largo, tuvieron que ponerlos uno a cada lado y al final de la barca, junto a nosotros. Además por si pesaban poco entraron con una caja de cervezas de medio litro cada una.

El día amaneció totalmente soleado y la mar estaba muy calmada así que en poco menos de dos horas llegamos a Floreana donde nada más desembarcar ya nos estaban esperando con un bus abierto. Duranbte el viaje hicimos migas con los productores de TV y estuvimos hablando de Obama y de Chavez. Ellos estaban aquí porque era su único día libre porque estaban dando cobertura desde Miami a una productora japonesa que elaboraba un documental sobre las Galápagos.

La primera impresión de Floreana fue la de una isla muy verde con una montaña que sin lugar a dudas era un volcán, y muy pocas casas en el puerto, único lugar habitado por otra parte.

El autobús, aunque realmente era un viejo camión con remolque acondicionado, nos llevó a la parte alta de la isla, a un centro de cría de tortugas una vez más, donde las pudimos ver comiendo los vegetales que les habían puesto, supongo que un poco antes de que llegáramos para pillarlas en plena actividad, porque excepto en el amor son sosas de cojones!. Después nos llevaron a visitar las cuevas y formaciones rocosas donde en otra época se cobijaban los piratas, y que a principios del Siglo XX fueron también utilizadas por los Wittmer. Los susodichos fueron una familia alemana que llegaron en 1932 a la isla y allí dieron a luz poco después a su primer hijo, el primer nacido en la isla. Poco después se les unieron otros personajes extraños como una baronesa con sus tres amantes (menuda pitón debía ser...). En la isla pudimos ver la cueva donde se refugiaron el primer año los Wittmer hasta que construyeron una casa cerca de la orilla, también vimos una cabeza esculpida que hicieron porque tiempo libre tuvieron que tener...

En estas islas había abundancia en otra época de animales domésticos como vacas, cerdos y cabras, pues los barcos los desembarcaban para en el futuro poder aprovisionarse de carne fresca. Poco a poco estos animales fueron totalmente aniquilados o controlados para intentar recuperar la flora y fauna local.

Después de hacernos decenas de fotos de todas las maneras y formas posibles, bajamos hacia el puerto y nos dirigimos hacia una pequeña bahía para comer al abrigo del sol en una cueva y hacer un snorkel para ver... casi nada! Sólo una manta, una tortuga y poco más. De todas las maneras lo divertido de este día fue el grupo de gente que nos juntamos para realizar la excursión, donde estuvimos todo el día bromeando. Había una pareja de chilenos, muy pijillos, una quiteña, un mallorquín, unos mejicanos residentes en USA, un americano y su pareja taiwanesa, los dos gigantones uno de Puerto Rico y el otro de Perú, y el capitán, un marinero y el guía, el ambiente fue siempre divertido.

El cucaracha, que obviamente no vino, era además un magnífico cocinero y nos había preparado un estupendo arroz marinero que devoramos rápidamente.

Tras la comida fuimos a una lobería cercana donde pudimos ver a un gran macho junto a tres hembras y varias crías. El espectáculo del macho guardando el harén era fantástico. El guía nos había advertido que ese macho era bastante excitable (como Máximo pensé), y que el día anterior les había perseguido. A pesar de su aparente lentitud, en la arena también hay que tener cuidado con ellos porque no son tan lentos, una caída y se echan encima, lo peor no deben ser los mordiscos, sino que te confundan con una hembra y te intente montar con lo que deben pesar..., sin embargo por las rocas de lava van despacio para evitar destrozarse la piel. Cuando se metíó en el agua junto a una hembra pudimos bajar a la playita para ver a las crías y a una madre.

Después, y dejando atrás un paisaje idílico, emprendimos el viaje de vuelta hacia la mítica corona del diablo, una antiguo cráter de volcán sumergido donde es posible ver a muchísima fauna marina. Cuando llegamos allí, en principio no querían que nos arrojáramos al agua, pero como nuestras ganas iban en aumento nos preparamos para el snorkel aunque ya empezaba a atardecer y el color del agua era muy oscura.

Máximo fue el segundo en arrojarse y al minuto se alejó tremendamente de la fibra por la fuerte corriente de agua. Al poco nos fuimos tirando unas ocho personas y escuchamos la voz del capitán que nos advertía sobre las fuertes corrientes, pero si ya estábamos en el agua, carajo- pensé. Nuestro guía también se tiró al agua y con él nos dejamos arrastar hacia el otro extremo de la corona del diablo pero por fuera, en un momento el agua nos llevó como palitos de madera que flotan en la corriente. Mientras tanto el fondo parecía formidable, con muchísimos bancos de peces que nadaban contracorriente para alimentarse y otras grandes sombras que tan solo adivinamos sin poder conocer de que se trataba. Cuando llegamos a una de las bases de la corona, sufrimos de nuevo otra corriente que era la que atravesaba el interior de la corona, para evitar ser arrastrado por ella nadamos con todas nuestras fuerzas hasta una pequeña calita que divisamos. En principio parecía imposible, pero pensaba que si no llegaba la corriente me arrastraría y más tarde o temprano la fibra me rescataría, lo cual me clamó un poco. Para mí ese snorkel lo tomé como “llegar o morir”, por lo que al final conseguimos llegar medio extenuados hasta la calita donde nos pudimos refugiar y contemplar durante unos breves minutos la corona y la mar subiendo y bajando. Adrenalina a tope y el corazón a mil por hora!!. Allí sólo llegamos el guía, Máximo y su costilla nadadora, que nada mejor que yo, y una valiente quiteña que iba sola, con sus dos ovarios. Después nos tiramos al agua y la corriente del interior de la corona nos expulsó hacia la mar abierta donde nos recogió la fibra. La valiente quiteña se entretuvo viendo un lobo marino cazar bajo el agua y al poco subió como si le hubiera provocado un orgasmo el mismo Neptuno. En la fibra, y con el sol bajo, nos aterimos de frío pero poco a poco nos fuimos secando como pudimos. La cara de felicidad era total en los que nos sumergimos, la adrenalina y el vencer el miedo tiene esas cosas.

Cuando llegamos a Puerto Ayora y tras despedirnos de nuestros camaradas de viaje, pudimos ver que Luca, el italiano, había empapelado el embarcadero anunciando que esa noche era su último día en la isla y que preparaban una cena italiana especial. Así que ya teníamos plan para cenar.

Antes de cenar nos dedicamos a realizar diversas compras en la isla, y en especial un tapiz de lana de alpaca del que nos encaprichamos y que a día de hoy nos sigue maravillando cada vez que lo vemos ( de Máximo Laura para Máximo Diechi pensé, eso, y la Visa y el regateo incluido con la vendedora y el dueño, un suizo muy soso, pues Máximo es cabezón cuando se pone).

En la cena en “El Chocolate” nos despedimos de nuestra camarera mulata y de Luca, el italiano más encantador que he conocido, siempre con una sonrisa en la boca y con la esperanza de vivir su mejor aventura en una viaje sin meta fija que le tenía que llevar hasta la Patagonia. Su pasta sencillamente, inmejorable, y las langostas de cierre las mejores que comimos allá.

Aquella noche recogimos todos nuestros bártulos y nos preparamos para descansar pues al día siguiente volábamos hacia Madrid.
Adiós iguanas adiós, adiós piqueros adiós, adiós desidia, adiós...Zzzz, zzz, zz, z, volveré amiga Iguana, Zzzz, zzz, zz, z

domingo, 21 de diciembre de 2008

Puerto Ayora 4 de diciembre

Nos levantamos a las 5 de la mañana, pero despertarse, lo que se dice despertarse mucho antes, tan pronto como a los putos gallos de los alrededores les dio la gana de despertar a los foráneos. Cadencia a las 5 a.m. 4 kirikis por minutos. Sencillamente insoportable. Tras recogernos en un remolque abierto nos dirigimos hacia nuestra fibra que salía a las 6 a.m. junto a otras 15 personas. Allí conocimos a nuestra segunda pareja de españoles del viaje y mejor sería no haberlos conocidos. Ella se lío a gritos con una pobre galapageña por conseguir el mejor sitio al lado del motor y así evitar los golpes de la proa contra las olas, y el, sencillamente parecía venusiano. El viaje duró unas dos horas y el mar estaba muy calmado así que no tuvimos el mareo de la ida.
En Puerto Ayora (Isla Santa Cruz) nos alojamos en el hotel Castro, confortable y digno con agua caliente (60 $/habitación) y allí decidimos que nos presentasen a algún guía para los próximos dos días. Y así fue como conocimos al "cucaracha", un tipo que se acercó a un bar próximo donde estábamos desayunando y entre bollo y bollo negociamos lo que íbamos a hacer los dos días siguientes. Realmente “el cucaracha” no era un guía sino una especie de “conseguidor” local y su dominio del entorno era realmente abrumador, hablaba con el móvil sin parar, negociaba con nosotros y con la mano que le quedaba saludaba sin cesar a unos y otros. Nos dijo que se existencia en la isla se remontaba a seis generaciones por lo que con un rápido cálculo sus antepasados debían ser fruto de un cruzamiento contra natura entre un marinero del Beagle de Darwin y una pinzón de la isla.

El decidió que debíamos ir por la mañana a Bahía Tortuga (estaba dentro de nuestros planes) y por la tarde visitar la parte alta de la isla para ver los galápagos gigantes y los túneles de lava (aquí cedí por la afición de mi wife hacia las tortugas, después de los elefantes son su animal favorito…).

La visita a Turtle Bay, comienza en un control de acceso donde apuntan la hora de entrada y el nombre de los visitantes y sigue por un camino de madera de unos 4 kilómetros que atraviesa un gran manglar. Al finalizar el espectáculo es increíble, el camino se abra a una gran playa de varios kilómetros de longitud, de fuertes olas y corrientes, y con arenas blanquísimas, por donde se arrastran grandes iguanas que van dejando su rastro por la arena. Como en esa playa está prohibido el baño seguimos andando hasta el final donde al atravesar una pequeña zona de rocas y manglar divisamos una segunda bahía con una inmensa laguna de mar lisa y perfecta para el snorkel. El agua de la laguna estaba bastante turbia y no permitía ver con claridad el fondo por lo que al bucear nos topamos con tiburones de aleta blanca que descansaban en el fondo a escasos metros de nosotros o con una gran raya del tamaño de un C2 cuya cola con aguijón me dieron un soberano susto al verla a escaso medio metro.
En las rocas de los manglares pudimos ver piqueros de patas azules, iguanas nadando y comiendo algas y pelícanos. Al salir, en la orilla los tábanos empezaron a reclamar su parte de sangre y llegó un momento en que su cadencia era de unos 7-8 a la hora haciendo ya insoportable la estancia en la playa. Sin embargo para mi esa playa fue una de las mejores que he conocido en mi vida ( y no son pocas ya, pero si, me faltan las de indonesia y otras tropicales pero ufff.). La vuelta se nos hizo demoledora pues a mi costillita los tábanos le habían vuelto a picar en el mismo tobillo que hace un par de días con el resultado de incrementar la inflamación en la zona ya afectada. Además el fuerte sol y el escaso agua que llevamos le debieron provocar una bajada de tensión por lo que el camino se nos hizo eterno. Al llegar al puesto de control se bebió tres cocas colas seguidas y se recuperó.

Tras ducharnos y refrescarnos y conseguir algo de comida nos fuimos con Joffrey, un contacto del cucaracha que nos llevó a las tierras altas a ver tortugas. Allí fuimos testigos del ardiente amor de dos grandes galápagos que rugía y rugía con cada empellón de su caparazón. El “peazo” tortuga debía de pesar unos 200 kilos por lo que nos contaron. Joffrey era del interior de Ecuador y había venido con sus hermanos a trabajar a Santa Cruz atraído por la abundancia de trabajo y los mejores sueldos (el sueldo medio en Ecuador es de unos 200 $ al mes y en las Galápagos se triplica). Después de visitar el centro de cría de tortugas nos embarramos en un tunel de lava y nos fuimos para Puerto Ayora.
Allí deambulamos por la avenida principal y vimos al cucaracha en plena faena de comprar varias langostas en la lonja local. Lo curioso es que junto al cucaracha y los pescadores que vendían su producto se arremolinaban varios pelícanos y algún que otro lobo de mar que parecían ejercer de mudos testigos de las transacciones a la baja que allí se realizaban. El cucaracha nos pidió 40 $ a cuenta para cerrar su compra que por supuesto no eran para él, sino para unos contactos que tenía en Guayaquil.
Nuestra cena del día la realizamos en “el Chocolate”, restaurante de la tía de Joffrey, donde conocimos a una maravillosa camarera mulata y a un italiano que se encontraba recorriendo América del Sur y que provisionalmente se encontraba trabajando allí. El precio de la langosta 15 $, la mejor que comimos.

A las 9 p.m. nos fuimos camino de la cama, después de una agotadora jornada, a dormir como lirones o como pinzones.

sábado, 20 de diciembre de 2008

3 de diciembre, cumpleaños en un volcán


El día de mi cumpleaños nos levantamos tras no pegar ojo por la noche gracias a no menos de 4 gallos que se habían puesto como objetivo cacarear hasta reventar la isla. Cadencia a las 6 a.m: 4 cacareos por minuto…

A las 8 a.m. nos vinieron a buscar camino del volcán Sierra Negra. Íbamos en total diez personas, entre ellos los primeros españoles que vimos en todo el viaje. El resto eran canadienses y un alemán. Como no pararon de insistirnos con el peligro del sol a esas alturas nos llevamos mucha protección y sombreros, lo que significaría que seguro que haría mal tiempo como así fue. Tras una subida en Lan Rover llegamos a la parte alta donde nos esperaban los caballos y nuestro guía, Luis, pero en confianza se llamaba 220 V o Lion Head, todo porque tenía mucho pelo en la cabeza y hacia arriba. En el pueblo estaba claro que había una panda de cabrones impresionantes, debían estar esperando a que naciera alguien para ponerle una “chapa”, o a lo mejor ya tienen la colección de chapas y según va creciendo los neonatos las van asignando en cuanto despunta algún gesto o tendencia. Deben vivir para ello, porque para el trabajo seguro que no. Están más evolucionado que nosotros está claro.

Yo, con los caballos, como no podía ser menos, iba con una cierta precaución porque el día anterior Sea Lion nos contó que los dueños de los caballos suelen poner las cinchas poco sujetas para que la gente coja miedo y se caigan y abandonen la montura, y así conseguir cobrar y que el caballo no trabaje. Y hospitales por allí cerca no hay ninguno, tan solo un centro de salud un poco raro. Y efectivamente, un canadiense que precisamente era el que mejor montaba se cayó y apareció ensangrentado. La excursión a caballo duró una hora hasta que llegamos al cráter principal, inmenso, pero con poca visibilidad porque la mañana transcurrió bajo una intensa lluvia y niebla baja. Después tras otra hora llegamos a otro volcán donde pudimos divisar gran parte de la isla. El paisaje era una combinación de roca que fue en su día lava, con grandes túneles huecos, y vegetación hasta el infinito. Tras comer emprendimos el camino de vuelta con mucha más lluvia que antes, que nos fue calando poco a poco hasta llegar helados de frío a los land rover. Supongo que con el sol la excursión vale la pena pero si uno ha visto ya unos cuantos volcanes (el vesubio, el etna, los de Costa Rica y los de Canarías) y a no ser que seas un experto, el paisaje suele ser muy similar y no te aporta mucho valor añadido en comparación con las zonas de mar de las Galápagos. Pero aun asi vale la pena si el día es soleado y te permite tener vistas. La última erupción fue en 2005 y Puerto Villaamil, el único núcleo habitado de la isla, no corrió peligro.
Nustro guía nos explicó con bastante detalle la fauna y flora local, en especial la vida de los castus gigantes. Crecían un centímetro al añoy algunos sobrepasaban los cinco metros tranquilamente. Eso si que es una vida plana...fotosíntesis activa, absorción activa de nutrientes bajo el terreno rocoso y a parir panteras! A esperar que vengan los pinzones que te laman un poco y extiendan tus semillas. Mientras tanto, a sentir y sentir el sol y el agua, y quietos parados.

Si generalmente una excursión duraba 3-4 horas, mi costilla conseguía prolongarla al menos un par de horas más gracias a su amigable conversación con los guías de turno. Con todos ellos conseguíamos intercambiarnos direcciones, y nos facilitaban multitud de datos útiles, pero es que éramos los únicos que lo hacíamos, cosas de mi costilla. 220V nos comentaba que estaba también haciendo un curso para acreditarse pero el vivía al día, si tenía hambre se subía a las tierras altas donde había cultivos y cogía frutas tropicales para comer o se iba a la mar a pescar. Si necesitaba dinero lo pedía prestado a la red local y luego lo devolvía o lo prestaba a otros si en ese momento tenía excedente. Para desplazarse van en bici y andando sin prisas. El surf es la pasión de los jóvenes. Los galapagueños y en especial en esa isla, no estaban enfermos como los occidentales, no tenían prisas ni amor por el dinero por encima de todo.

Por la tarde, alquilamos un snorkel y nos fuimos a bucear a la bahía de Concha Perla. Allí nadamos con lobos marinos y con alguna tortuga pero hacía un poco de corriente y de frío en el agua y no pudimos continuar hasta una laguna de mar lejana donde había más abundancia de fauna. Con frío volvimos al hotel y para entrar en calor me dí un baño al atardecer en el mar y me metí en la ducha fría del hotel ( tenía ducha caliente, pero era eléctrica y el agua transmitía un poco de corriente, y de caliente solo tenía el nombre la muy puñetera).

Esa noche para celebrar el cumple fuimos a cenar con la familia que gestionaba el hotel Wooden House porque mi costillita allí por donde pasaba hacía amigos. Nos habían preparado un par de langostas junto a crema de verdura, arroz y no se que más. Estaban estupendas, luego nos hicimos fotos y nos desearon todo lo mejor. Ellos era de Guayaquil y se encargaban de gestionar unas camaroneras por allá, para el dueño que era Felipe. Un buen día Felipe decidió montarse un hotel en las Galápagos y ellos vinieron con él a administrarlo. El ingeniero Felipe era el típico macho alfa de una manada, cazaba con sus amigotes, pescaba pez espada, viajaba por el mundo, y pasaba largas temporadas de aquí por allá. Yo, como macho beta, no hice buenas migas con él y no fue nada fácil decirle que abandonaba su hotel por otro.

Aquella noche Máximo de nuevo salió a dar un paseo solo por la playa, se acercó a escuchar música al bar de Beto y oyó de nuevo los sonidos del amor de una pareja que acostumbraba por lo visto a hacerlo siempre en el mismo sitio, a la luz de las estrellas y bajo el sonido de la mar océana. Zzzz, zzz, zz, z.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Isabela 2 de diciembre

El miércoles comenzamos el día con la peor decisión que tomamos el viaje, nos fuimos del Wooden house y nos metimos en el Cormorant Hotel. Unas cabañas con estupendas vistas y salida directa a la playa que nos garantizaban un maravilloso atardecer a cambio de camas no tan cómodas y agua fría en la ducha...

Este día teníamos organizada ya una excursión con Fabricio, nuestro nuevo guía. Nos encontró el primer día en el embarcadero, nos siguió hasta el hotel, esperó y nos abordó para enterarse qué queríamos hacer. A pesar de que en principio dejamos esas gestiones en manos del hotel, Fabricio se las arregló para formar un grupo de 5 personas y organizarnos un día de buceo por los "toneles", "la cala del finado" y por "Roca Unión".

Nuestros compañeros de ruta era una profesora de inglés americana y sus dos padres. Ella llevaba ya varios meses en Isabela y del tiempo que tenía para todo, había llegado a estudiarse y sintetizar con esquemas las instrucciones de su cámara fotográfica!!

La excursión fué tranquila y duró algo menos de 50 minutos hasta nuestro destino, una zona de lava que había quedado sumergida por el mar y que formaba recovecos y pequeñas lagunas donde había mucha fauna marina que era posible ver desde las rocas incluso. En apenas un par de mintos vimos una gran tintorera, una raya y una tortuga de mar. Empezábamos bien. La zona terrestre había sido colonizada por grandes cactus, pinzones y saltamontes que eran capaces de saltar hacia el mar y girar para dar la vuelta hacia tierra, cosas de la evolución, pienso, porque a mi que me encantan los insectos, no he visto vuelos igual.

Fabricio nos demostró con la fibra que era muy diestro, pues atravesó con bastante temple una zona de mar brava con escaso fondo donde rompían las olas y después maniobró en ese laberinto de rocas sumergidas perfectamente.

Desfués fuimos a la laguna del finado, que tiene esa denominación por la muerte años atrás de un pescador local, allí nos pusimos los neoprenos e iniciamos el snorkel. Guauuu!!, al sumergirnos en las cuevas Fabricio nos enseño los tiburones que descansaban en el fondo de las cuevas. Algunos de ellos eran enormes y no podías dejar de sentir un escalofrío cuando venían hacia tí y se giraban a un metro escaso. Uno de ellos era especialmente grande y podías ver su típico estilo de flotación. Allí estuvimos bastante tiempo viéndolos en distintas cuevas y haciéndoles fotos con cámaras acuáticas. Tras bucear por distintas lagunas salimos a una gran ensenada donde pudimos ver mantas y grandes tortugas hasta que el frío apareció y salimos ya hacia la barca de guía. Despúes salimos hacia "roca unión", un enorme peñasco con piqueros de patas azules y algunos lobos marinos, donde nos impresió como el mar subía y bajaba golpeando la roca. Nuestro guía, de vez en cuando, soltaba el currican para intentar pescar y consiguió dos peces muy bonitos y fatalmente perdió un gran pez, de algo más de medio metro tras una lucha agotadora de veinte minutos. No lo pudimo ver. Fabricio como pudimos comprobar más adelante era un gran vividor, y vivía de lo paseos de los turistas y de la pesca. Siete horas después tran un día increible volvimos al embarcadero de Isabela. Precio de la excursión 50 $por persona. Cuando nos trasladamos al Hotel Cormorant pedimos la llave a una abuela de 88 años a la que faltaban varias falanges en las manos, signos de lepra pensé, cuando me preguntó mi edad me dijo que todavía estaba en edad de gozar (que dios la acoja en su seno pense!!!).


A las 16:00 volvimos ya al embarcadero y tras secarnos nos dirigimos hacia una ruta que atravesaba una zona de manglares y que finalizaba en el centro de cría de tortugas terrestres. Número de turistas presentes en el centro, 2 personas. Viendo como era la isla decidimos prolongar un día más nuestra estancia. Aquella noche soñe por vez primera con iguanas, el animal más Punk del planeta Tierra, parecen un viejo pirata.

Al atardecer fuimos al espolón de la playa y nos tomamos un par de cervezas en Lion Pub, donde conocimos a una pareja y su hija. Mientras Máximo bebía y se tiraba casi una hora en la hamaca cerca de unas iguanas y un lobo marino jugetón, mi costilla hacía migas con los dueños del Pub y su hija. La madre de Sea Lion, a si se llamaba el dueno, 25 años, vivía en Pozuelo y quedamos en enviarle unas fotos de su nieta. Hacían 10 años que no se veían y estaba interesado en llevarles recuerdos. Sea Lion estaba haciendo cursos de formación para acreditarse como guía turístico por el Parque Nacional y así poder ejercer la actividad en el futuro. Sea Lion era un personaje nervioso, excesivamente nervioso para las galápagos, y para casi todos los sitios. Él y su pareja eran guayacos, es decir de Guayaquil y su mujer fue la más guapa que ví en todo el viaje con una mirada algo más que incómoda... Sea Lion nos contó que todo el mundo tenía una "chapa" (mote) en la isla. Así Fabricio era conocido como Mowgli, Luis un taxista al que buscamos desesperadamente era "Diez menos cuarto", y así todos y cada uno y Junior era Junior, no tenía chapa... pero era el mayor de todos sus hermanos.



Después fuimos a cenar al restuarante Oasis, siguiendo la recomendación de Junior, el negrito de las bicis, y nos zampanos una buenas langostas en un ambiente afroamericano ( 15 $)



Tras la cena mi costilla se fué a la cama y Máximo salió a la playa para refrescarse con la brisa, a apenas diez metros de nuestro hotel una pareja de galápagueños bailaban rítmicamente la danza del amor sin inmutarse ante mi presencia y unos pocos metros más allá ví el Bar de Beto, el único bar normal allá. Sólo había unos cuantos yankies y buena música, la creedence!! Después esciche un extraño blues local interpretado por el que luego averigué, "el gringo Juan" un personaje muy conocido cuyas cenizas se esparcieron por la mar no hace muchos años..Una hora después Máximo y su costilla intentaron dormir...



Al día siguiente teníamos planificada una excursión una caballo al volcan Sierra Negra. La isla Isabela era maravillosa, la más completa en cuanto a fauna. Nuestras actividades dependían de una desconocida red social donde un personaje de la isla te llevaba a visitar a sus amigos o familiares, que a su vez te recomendaben otros sitios ligados emocionalmente a ellos. Fabricio nos llevó al resturante de su tía, Junior nos llevó al restuarante de sus amigos afroamericanos, y así todo. Toda una cadena social que subías y bajabas buceando, cenando, durmiendo o a caballo. Cada eslabón te costaba unos dólares pero valía la pena el precio.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

1 de diciembre. Isabela

Al día siguiente tras un magnifico desayuno decidimos salir a explorar la isla. En principio íbamos a estar allí hasta el día 3 de diciembre, miércoles. Isabela era una de las mayores islas y cuenta con numerosas posibilidades turísticas, desde excursiones a los volcanes, rutas de un día o tours en crucero para bordear toda la isla ( más de 200 Km de perímetro). Isabela no debe contar con más de 2.000 residentes, quiero decir humanos, sin contar lobos marinos e iguanas. Las calles están sin asfaltar y existen numerosos alojamientos y restaurantes. Las viviendas suelen ser de planta baja con ladrillo o “tocho” de cemento y con tejados de Uralita o de tela aislante con hojas de cocotero. Existen también 3-4 agencias turísticas que organizan excursiones y numerosos guías sueltos que suelen ser patrones de embarcaciones o pescadores locales.

En la isla, como comprobamos más adelante, trabajan para vivir, lo que implica mucha desidia de la buena y por lo tanto la existencia de hamacas por todas partes. Todo funciona con mucha tranquilidad….el paraiso perfecto. Dependen para su aprovisionamiento de un buque que llega de Guayaquil ( a unos 3 días en barco) que descarga todo tipo de productos para la vida en la isla. También existen servicios de avionetas hasta el aeródromo de Puerto Ayora (unos 150 $ por persona).
En el puerto entablamos conversaciones con el dueño de una embarcación con el que enseguida negociamos nuestra primera excursión “a las tintoreras”, incluyendo snorkel en la laguna de Concha Perla. Allí pudimos ver a las tintoreras o tiburones de aleta blanca, que suelen descansar en el fondo de lagunas o zonas recogidas de mar. Se podían contar por decenas. También vimos nuestros primeros pingüinos y tortugas de mar. Después nuestras primeras iguanas de mar y una lobería, con no pocas crías.

Cuando nos pusimos los neoprenos para bucear, el fondo marino era espectacular, lleno de vida. Pudimos ver coral blanco, decenas de peces tropicales de distintos tamaños y sobre todo, ese era el objetivo, grandes tortugas marinas varadas en el fondo, unas 8 o 9 juntitas todas ellas en plan meditación.

Aquel día fue el mejor de buceo de toda las galápagos, pero aun no lo sabíamos. Nuestro guía tenía 38 años y unas facultades para el buceo formidables, nos hizo una demostración que no dejo helados. Sin embargo, Máximo, todavía convaleciente, empezó a sentir frío y tuvo que salir a calentarse a una zona de rocas en la orilla. Mi costillita y el guía se perdieron en la laguna persiguiendo peces.

Por la tarde, decidimos alquilar unas bicicletas en la tienda de Junior, un peazo negrito que había estudiado biología pero que se dedicaba al surf en cuanto podía, y dirigirnos al "muro de las lágrimas", un muro que construyeron los presos que estaban en la isla. Al director de la prisión a principios del siglo pasado se le ocurrió que al grito de "el trabajo os hará libres" que los presos construyeran un muro con grandes bloques de lava que recogían de la playa a casi un kilómetro de distancia. Estaban totalmente en libertad porque si se escapaban la muerte por hambre y sed era segura en medio de una dura vegetación y sol ecuatorial.
A pesar de que nos habían advertido de los pinchazos, justo nada más llegar allá la bici de mi costillita pinchó así que todo el camino de vuelta lo tuve que realizar andando y en un spinning forzado tremendamente agotador en aquellas zonas de arena. Casi sin fuerzas y ya al anochecer volvimos a la tienda de Junior. Máximo quince minutos después le gritó todo lo que pudo, maljurando por sus bicicletas, mientras el bueno de Junior reía y reía. Aun así me dijo que no era el más enfadado que había tenido, se acordaba de un canadiense que tiró literalmente la bici a una zanja.
Con aquellos antecedentes, el sueño fué profundo aquella noche.

De las llamas a los lobos marinos. Quito-Galápagos 30 de noviembre.

Tras coger un taxi que no era un taxi sino un tipo que esperaba a las puertas del hotel para ver si caía alguien, nos dirigimos al aeropuerto para coger el avión con dirección a las Galápagos (compañía TAME, precio del taxi 6 $, por encima de lo normal).Antes de entrar las islas tienes que pagar 10 $ de entrada en Quito y otros 100 $ cuando entras. Además te revisan el equipaje con el fin de prevenir la entrada de especies invasivas. Al llegar al aeropuerto, ya en la Isla de Baltra, debimos subirnos a un autobús de las compañía aérea que te trasladan hasta el canal que separa la isla de Baltra con su vecina de Santa Cruz, donde te ves obligado a coger una barcaza y después realizar un viaje de unos 45 Km hasta Puerto Ayora, donde llegamos a eso de las 14:00. A esa hora confirmamos nuestra reserva de transporte hasta la Isla Isabela, que salía a las 15:00 y compramos algo de agua para el viaje. Al recorrer la Avenida Charles Darwin pudimos comprobar que allí se encuentran las principales agencias que organizan tours por las islas. A punto estuvimos de embarcar en un crucero de última hora para realizar una ruta de 4 días por la zona pero al final decidimos confirmar nuestro viaje a Isla Isabela. Durante el trayecto por la avenida principal vimos pelícanos, piqueros que se lanzan contra el mar para alancear peces, y nuestros primeros lobos marinos, llenos de desidia, tirados y desparramados por cualquier sombra.Allí a las lanchas fueraborda las llaman fibras. Han conseguido reducir a la mínima expresión la capacidad hidrodinámica, la estética y los ángulos de las barcas, no importa, tan solo son fibras, es decir, las llaman con el “core” de la lancha, la materia prima.Pronto vimos que en aquella fibra, íbamos a hacinarnos hasta 19 personas junto a colchones, maletas, y botellas. Tan solo hay un transporte diario de Sta Cruz a Isabela y consta de dos fibras que salen a las 15:00 y llegan sobre las cinco dependiendo de las condiciones de la mar. En aquellas condiciones Máximo enseguida se puso en la peor de las situaciones, así que pronto se puso su chaleco salvavidas. La mar océana, además de ser bella y sosegante, marea y acojona. A pesar de estar en el inicio de la temporada seca y contar con el mar cada vez más tranquilo, durante el trayecto sufrimos de mar de fondo, lo que quiere decir que subíamos y bajábamos masas de agua como colinas. Fuimos tensos durante el viaje, sin ningún tipo de contratiempo, hasta que parecer ser que subimos demasiado rápida una colina de agua y caímos a plomo, parándose en seco los motores y casi entrando agua desde la popa de la fibra con los gritos generales de los de abordo. Pero para el capitán, todo estaba bajo control, nos contó y prosiguió el viaje, eso sí, más despacio.Dos horas después, medio mareados llegamos a la Isla Isabela y en el muelle nos esperaban todo un despliegue de fuerzas vivas vendiéndonos de todo, transporte, excursiones, alojamientos, etc. Nosotros ya teníamos el alojamiento reservado así que a los 10 minutos de arrastrar las maletas por un camino sin asfaltar lleno de arena llegamos hasta nuestro hotel “The Wooden House”, donde por un problema informático no nos esperaban.El hotel era acogedor, estábamos solos y nuestra habitación tenía un buen baño con agua caliente y una supercama donde cabían hasta cuatro personas. Bien !!!!.Tras tomar un par de zumos de naranja decidimos dar un paseo y entrar a cenar algo suave al restaurante de la Red Mangrove, donde compartimos mesa con algo más de 15 universitarias en un viaje de fin de curso o algo así.Tras la cena y ya en la cama, comprobé en que consistía el mareo en tierra, todo me daba vueltas, por lo que salimos a pasear por el embarcadero y así pudimos disfrutamos de una bóveda celeste salpicada por mil y una estrellas. La única noche que vivimos totalmente despejada en una semana, después el nublado fuñe general. Al fondo, oíamos los ruidos de los lobos marinos en el manglar y disfrutamos de una gran soledad. Yo todavía estaba en fase de recuperación así que decidimos no castigarnos mucho y descansar. Zzzzz, zzzz, zzz.zz.z.